Algunos datos sobre mí
Mi currículo es la rebeldía de un adolescente obstinado
No puedo aportar como currículo más que la rebeldía de un niño que no quiso dejarse derrotar por la adversidad. Al llegar a la adolescencia, aquel niño había trabajado más que muchos adultos, ya no podía asistir a las clases, le apasionaba leer y soñó con ser escritor. No tenía la edad ni la madurez, y no existía una luz que le iluminara el camino; había que encarar la vida, hacerse adulto, y nos desgarramos él y yo. Trabajé en muchas ocupaciones, cumplí el servicio militar, fui vigilante jurado y conseguí estudiar informática por mi cuenta y con mis propios medios. Trabajé como programador y analista informático y como ejecutivo comercial de una importante empresa nacional hasta 1991, año en que establecí una pequeña empresa, que fue mi sustento
En el camino me acompañó aquel niño enfurruñado que quería escribir, resuelto a forcejear conmigo en cada decisión que yo debiera tomar si a él lo alejaba de su destino. En la soledad de muchas tardes y en muchas madrugadas de sueño esquivo, lo dejé que me ganara algunas partidas. El día en que tuve la noticia de que Plaza & Janés publicaría mi primera novela, resultado de aquellas duermevelas, quedé tan aturdido que necesité refrescarme la cara y, al levantar la cabeza, lo encontré en el espejo, sonriéndome con malicia en el punto del infinito donde confluían su mirada y la mía. “¿Lo ves?”, me dijo, “No has hecho sino dar tumbos para llegar renqueando hasta aquí, donde yo te había dicho que estaba tu sitio”. Me había ganado la batalla final. “No me lo reproches”, pude replicarle, “mientras daba esos tumbos te he ido llenando las alforjas de historias para contar”. Quedó conforme con la respuesta. Hemos vuelto a ser una sola persona. Tal vez nos alcance el tiempo para escribir otra bonita historia más.
Desde niño condenado a lo que soy
Nací en la primera hora del 14 octubre de 1956, cuando mi madre contaba la edad de veintitrés años. Antes de la toma de razón, todas las emociones de que guardo recuerdo acontecieron en la ciudad de La Laguna, y fue en ella, la noche del septiembre en el que yo estaba a punto de cumplir los cinco años, donde por primera vez fui consciente de mi propia existencia. Esto sucedió delante de las puertas inmensas del Teatro Leal, lo que en ocasiones he considerado la circunstancia que ha terminado por definirme más que cualquier otra de mi vida, porque fue en aquel recinto entrañable donde por primera vez vi una película o asistí a una representación de teatro. Sigue siendo para mí un santuario. Además de esos preludios urbanos, tuve también la fortuna de criarme en Valle de Guerra, en una casa de campo cercada por las plataneras, donde crecí correteando por las huertas, encaramado a los árboles, y rodeado por los animales del rico repertorio de especies del corral de mi abuela, que en muchas ocasiones hicieron de resignados compañeros de juego.
Mi madre, que se lamentaba de no haber podido darme más que la vida y su amor (como si fuera poco), no era consciente de que me había entregado también un tesoro que otras madres no habían tenido para sus hijos, el mejor que una persona pueda poseer: me enseño veinticinco, treinta o cuarenta palabras más que las que conocían los niños del pueblo. Por supuesto, aquello me hizo distinto; es decir, raro a los ojos de los otros, lo que, según en qué medios, puede pagarse bastante caro, pero que yo lo afronté sin desaliento. Incluso de niño, lo consideré siempre una meritoria herida de guerra.
Dice mi madre que yo nací condenado a lo que soy. Que cuando era muy chico, me escapaba al camino y no solía encontrarme jugando con los pequeños sino donde se reunían los ancianos, y que lo hacía porque me apasionaban las historias que contaban, que yo trasladaba después a los chiquillos de mi entorno.
Tengo, por tanto, la certidumbre de que fue allí cuando nació en mí la necesidad de contarlas, y es seguro que también el vicio de falsearlas: ¿a quién le iba a interesar de una historia que fuese real o inventada si se aburría con ella? Tenía una buena razón para ello pues el momento más feliz de mi vida fue aquel en que conseguí entender la primera frase escrita, y descubrí la maravilla de que alguien desconocido, desde un tiempo y un espacio remotos, fuese capaz de transmitirme sus conocimientos, sus sentimientos y sus ideas, regalándome en esa experiencia, la promesa de que en la vida que echaba a andar nunca me sentiría del todo solo. Así ha sido, tanto que hoy echo de menos un poco de soledad para retozar con mis libros.
En la búsqueda de las historias, incluso antes de que aprendiera a leer, pasaba tardes enteras recorriendo el dial de una vieja radio a la que veneraba, que me descubría el mundo inquietante y temible, incomprensible para un niño pero también fabuloso, que existía más allá del perímetro de la casa.
Recorrido vital y laboral. No es posible hablar de una cosa sin hacerlo de la otra
Cursé en Valle de Guerra la enseñanza primaria y con diez años ingresé en el Instituto de Canarias, en La Laguna, para continuar con el bachillerato. Tenía ya cuatro hermanos, otro venía en camino y la situación económica, que apenas había alcanzado nunca más que para atender lo esencial, era angustiosa. Con once años comencé a ayudar con pequeñas tareas y poco después con un trabajo fijo como repartidor de periódicos. Me levantaba a a las cinco de la mañana para comenzar el reparto a las seis. Con trece años pasé a trabajar en el despacho de un procurador, haciendo los recados, llevando el correo y archivando papeles y, con idénticas funciones, trabajé después en las oficinas de una empresa constructora, lo que me obligó a cambiar mi horario de clases al turno de noche.
A los quince perdí ese empleo. Tuve que abandonar las clases y pasar por un periodo de trabajos a salto de mata, en cualquier lugar donde me aceptaran. Había muchos chicos en esas difíciles circunstancias, yo era otro más, incluso pienso que tuve mejor fortuna, porque conseguí salir indemne de las pretensiones de los pederastas. Intenté encontrar una ocupación fija ayudando en las cocinas, de freganchín, de camarero, algunos meses como peón en una obra y otros como ferrallista. En jornadas de catorce horas diarias, incluyendo sábados, trabajé en una litografía, donde compaginé labores de fotomontador y de operador de guillotina, hasta que entré en las oficinas de una empresa importadora, para hacer tareas de facturación.
Con diecinueve años ingresé en el ejército para cumplir el servicio militar, como voluntario para eludir el traslado a la península. Serví durante veinte meses en un pequeño cuartel del Cuerpo de Automóviles, que pasé, en sus tres cuartas partes, como cabo primero de infantería (las mismas funciones de un sargento, aunque con un grado menor en el rango). En el servicio más duro, el de suboficial de semana, llegué a tener 150 hombres bajo mi responsabilidad. A la licencia, algunos jefes y oficiales intentaron animarme a que continuara en el ejército como profesional, lo que me brindaría una solución laboral. Renuncié porque la Constitución apenas comenzaba su marcha y el ejército era todavía una institución que guardaba en el tuétano todo el veneno del franquismo; no era para mí.
Trabajando como vigilante jurado, en la primera empresa de seguridad privada que se estableció en las islas, estudié informática por mi cuenta y por mis medios, y pronto pude dedicarme a la actividad de programación, para lo que me trasladé a Gran Canaria, donde conseguí un puesto como analista y programador para una empresa que fabricaba equipamiento de electromedicina. Al cabo de dos años, cambié de actividad y fui ejecutivo de ventas de informática en una importante empresa nacional. Pasados tres años me designaron para abrir la actividad del departamento en Tenerife, lo que suponía además del ansiado regreso a mi isla, un ascenso y mayores ingresos, a cambio de la responsabilidad.
Pero el traslado se pospuso y un jefe hizo planes para que, durante la espera sin fecha, abandonara el trabajo en la calle, que me gustaba, y me incorporara al trabajo en el Centro Comercial, que seguro detestaría. No hubo acuerdo y, tras cinco años en su plantilla, decidí abandonar la empresa para establecer la mía en Tenerife. De manera que sin un duro de inversión, sin auxilio de nadie, con un Renault 5, unos catálogos en una cartera de piel y los bolsillos rebosantes de esperanza, pusimos aquella empresa, que conseguimos hacer andar y que fue nuestro sustento principal durante muchos años.
Los libros, tabla de salvación
Como se verá, he leído para entretenerme; es lo que como lector le pido a un escritor y es lo que yo persigo al escribir. En los párrafos que siguen recuerdo las lecturas que me dejaron huella pero no son un inventario en modo alguno. Enumero algunos de los que fueron para mí esenciales, por lo que aparecen más los de las primeras épocas como lector, lo que no quiere decir que no haya leído a otros. Aunque confieso que muchos han pasado por mis manos sin pena ni gloria, quizá porque el momento no fue el adecuado o porque no llegaron a seducirme, lo que tal vez no sea demérito de ellos como escritores sino mío como lector.
De los pocos tebeos que caían en mi mano durante mi infancia más tierna, la mayoría habían llegado hasta mí rotos y descuartizados. Guardo con especial cariño el recuerdo de los cuadernillos del Capitán Trueno y el Jabato, que releía una y otra vez. Alguien de la familia supo que me gustaba la lectura y me hizo llegar las Aventuras de Tom Sawyer y Huckelberry Finn, de Mark Twain, y una colección de historias noveladas sobre vidas de animales, que a causa de no disponer de otros libros, releí muchas veces seguidas.
El trabajo con el concesionario de periódicos me posibilitó el acceso a los libros que tenía en venta en su librería, donde disfruté de los tebeos, en especial de los de Bruguera, y una bien seleccionada colección de libros destinados a los pequeños. Aunque no me estaba permitido llevarlos a casa, tuve ocasión de leer títulos de muchos autores: Charles Dickens, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling, Julio Verne (muchísimo de él), Enid Blyton, Jack London y otros. En la etapa posterior, perdida esa estupenda posibilidad, tuve que conformarme con cambiar en el kiosco novelas del oeste y policíacas de bolsillo, cuando disponía de unas monedas. Tenía dos autores favoritos: Francisco González Ledesma (Silver Kane) y Miguel Oliveros Tovar (Keith Luger) que le entraban a cualquier género y eran apasionantes en todos ellos: novelas del oeste, de ciencia ficción, policíacas o de terror. Sin embargo, detesté a Marcial Lafuente Estefanía desde que descubrí que refreía sus historias y era capaz de publicar la misma novela, con distintos títulos y los nombres de los personajes cambiados.
Duró poco. Se me perdieron de vista en cuanto empecé con Edgar Alan Poe y Howard Philip Lovecraft, Conan Doyle y una larguísima colección, hasta que llegó por casualidad Gabriel García Márquez, en un libro sin cubiertas, del que no podía saber quién era el autor, pero que me dejó sentenciado para la siguiente oportunidad. Recuerdo de aquella época la impronta que dejó en mí Ramón María del Valle Inclán con Tirano Banderas y las Sonatas, Herman Hesse, como la dejaron los rusos del XVIII y XIX, y los franceses de cualquier época, Pero un día metí los pies en la literatura de los latinoamericanos con Juan Rulfo y allí me quedé empantanado. Aunque durante años pude disfrutar de todos los géneros y siempre por diversión y entretenimiento, siempre volvía a ellos, hasta que hubo un momento en que sólo releía una y otra vez a García Márquez, que apenas me dejó sitio para Saramago, Cela, Delibes, Torrente Ballester y algunos otros. Escribo esto con la desazón enorme de caer en la cuenta de todo lo que me he perdido.
Mari Carmen Mar, reseña de Almas en el páramo
Comentarios (2)
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Andrés Borges
Hola Miguel, Tu estupenda novela "Los amores perdidos" que aún no he acabado de leer, pero me temo, es de esas novelas que te dan pena que acaben, llegó de casualidad a mis manos. Nací también en Tenerife 10 años después que tú, en 1966. Soy también un forofo de García Marquez, en mi opinión el maestro de la sintaxis. Hace un par de meses publiqué (autopublicación) mi primera novela: una memoria familiar fragmentada. Si quieres puedes echar un vistazo al booktrailer en el siguiente enlace https://1000letras.es/publicaciones/#mas Como te decía, tu primera novela llegó a mis manos de forma casual, buscando documentarme sobre los años de posguerra en Tenerife para el nuevo proyecto en el que ando metido. Soy químico de profesión y me dedico a la investigación en el CSIC, pero soy desde muy joven soy un apasionado a la literatura que ha dado el salto a la escritura. La verdad es que me gustaría conocerte personalmente y charlar contigo. Un cordial saludo, Andrés