Maniquí
Sabe que es un cuerpo de cartón, un cuerpo hueco, una capa de esmalte, unos ojos de nácar, un ser inerte y vacío que nada puede ni debe sentir. Maniquí observa a los que pasan. Algunos se detienen a mirar su reflejo en el cristal. Nada ven. Los hay que observan un instante, y nada ven.
Todas las noches, él viene por la calle desierta, cruza desde la otra acera para mirarla. Se detiene durante unos minutos. Es el único que intuye que en aquel trozo de cartón habita un alma de mujer. Cada noche la mira a los ojos y con la mirada le cuenta su desdicha de amor. Después se marcha. Deja un velo de sombra en el alma de Maniquí. El rastro de una lágrima atraviesa su piel de esmalte. Teme que él no regrese la siguiente noche, que nunca más lo vuelva a ver.
© Miguel de León
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