Gringo viejo, drama de amor y muerte en la revolución mexicana
Gringo viejo, drama de amor y muerte en la revolución mexicana
Fue una discusión la causa de este recuerdo sobre Gringo viejo, el drama de amor y muerte en la revolución mejicana, de la novela del mismo título de Carlos Fuentes. En la película Jane Fonda interpreta el personaje de Harriet Winslow, uno de los mejores papeles de su carrera. Tratábamos la cuestión de si ella, Jane Fonda, nuestra Jane Fonda que tanto amamos, también necesitó rodar el camino, también tuvo que aprender, esforzarse, superarse, probar, equivocarse y rectificar, antes de llegar a ser la actriz indiscutible que es. O todo lo contrario, es decir, que ningún esfuerzo necesitó hacer para interpretar como lo hace porque nació bajo el manto de Dionisio, iluminada desde la cuna por el rayo de la interpretación, y ser actriz estaba en ella porque sí, por ser hija de quien es, por gracia de los dioses, por guapa, elegante y buena; y porque la queremos mucho, carajo. Quienes la queremos de verdad y la valoramos como actriz preferimos pensar que no. Que no siempre fue buena y tuvo que ganarse a pulso llegar a serlo. Que lo grandísima actriz que sin duda es, tuvo que conquistarlo con esfuerzo, sin menoscabo del talento, condición indispensable pero no suficiente para serlo.
Y donde mejor se ilustra la tesis que sostengo tal vez sea en su intervención en este drama de amor y muerte en la revolución mejicana, Gringo viejo. La película lleva al cine la novela de Carlos Fuentes del mismo título, dirigida en 1989 por Luis Puenzo, director argentino poco prolífico, que consiguió con ella una realización magistral. Basada en una historia real, Carlos Fuentes supo sacarle el alma en términos de literatura en un abanico de personajes inconfundible. Tanto la novela como la película por sí solos o en conjunto darían para miles de páginas escritas, lo que se sale de estas viñetas de mis sensaciones cinematográficas. Como el espacio de estos comentarios solo me alcanza para destacar el rasgo principal de una película, hoy sólo me referiré a la hechura de los personajes, presente en la novela y trasladada a la pantalla de manera impecable.
Tomás Arroyo, el joven general revolucionario que por ser analfabeto cree que la palabra escrita en un papel confiere poderes sobrehumanos.
En sus papeles, un rey de cuando aquello también era España, declaraba que las tierras eran de los indios y nadie podía usurparlas ni ellos venderlas. ¿Cómo era posible entonces que los dueños de la hacienda donde él nació fuesen los Miranda? Descubre que se mentía creyendo participar en la revolución por los ideales, cuando lo hace sólo por odio. Más aun, por un odio con nombre y apellidos, el odio a los Miranda. Se observa en la película el amplísimo recorrido de Jimmi Smits, el actor que lo encarna, desde la nobleza hasta la soberbia demente, desde la exquisita ternura hasta el más sanguinario rencor, desde el amor más delicado hasta el más enloquecido fanatismo.
La violencia liberadora con que Gregory Peck arranca su interpretación de Ambrose Bierce, en una sala abarrotada de personas que lo veneran, tirando al suelo todos los ejemplares de la edición de sus obras completas, «estos libros no contienen sino mentiras, sólo han servido para que mi editor se enriquezca» proclama. La locura con que pone rumbo a la guerra en busca de una muerte aséptica por un disparo, que lo libere de la muerte peor que es la senectud y la enfermedad: «la revolución es eutanasia para un gringo», dice en su ataque de cordura. La poesía que nos transmite mientras coge la mano de a Harriet Winslow para enamorarla , hablándole de un verso que persiguió durante toda la vida y creyó que ya nunca podría escribir, pero que acaba de verlo en los ojos de ella.
Y Harriet Winslow, Jane Fonda, nuestra Jane Fonda, la soltera madura, amargada, resentida y harta de su habitación y de una vida de pequeñeces y mezquinas disputas con su patética madre, que liquida sus mentiras y se larga a Méjico. La mentira de una pensión que ninguna de las dos merece: «Papá no está muerto, mamá, se quedó en Cuba con una mujer porque no quiso volver contigo», o la más dolorosa mentira: «Yo no soy una chica, mamá; yo soy una solterona». Su abanico muestra a esta mujer muerta de miedo pero decidida a vivir lo que le queda de vida aunque sea en Méjico, un país y una gente a los que teme y en el fondo desprecia.Como teme y desprecia a Tomás Arroyo, el joven general del que terminará enamorándose, como se enamorará del calor de aquel pueblo pobre, ignorante y zafio, y se enamorará de su revolución.
Liberada entre el amor viril de un hombre más joven que ella, que la ha hecho por fin sentirse mujer, y el amor reposado y tierno del escritor mucho mayor que ella, el gringo viejo a punto de partir. Sin contrariedad entre el amor de dos hombres opuestos entre sí en todo cuanto es posible imaginar.
Veamos de nuevo la película y quedaremos convencidos de que para hacernos creíble el papel de Harriet Winslow, Jane Fonda debe mostrar un repertorio de registros interpretativos colosal. Lo que además de talento exige muchos años de esfuerzo y aprendizaje continuados, de trabajo y tesón. Muchos lo han intentado y pocos han logrado alcanzarlo. Jane Fonda lo ha demostrado todo, por eso la amamos tanto.
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