Hermann Hesse de amor y espanto
Hermann Hesse de amor y espanto
Hermann Hesse de amor y espanto, porque fue grande el amor por algunos de sus libros y porque otros fueron un auténtico espanto. Ya estaba en candelero desde que en 1946 Hermann Hesse recibiera el premio Nobel, pero a principios de los setenta, a raíz de una de tantas reediciones de El lobo estepario, se puso de furibunda actualidad.
Fue por la época del LSD, de las florecillas en el pelo, del sexo con cualquiera bajo la etiqueta de amor libre, que no era amor, que tampoco era sexo y, por supuesto, tampoco era libre. En aquellos días ya ensayábamos la zozobra intelectual que ahora nos ahoga. Ya entonces, cualquier obra de contornos imprecisos enseguida era tenida por sumun de la cosa artística, fuera cual fuese el arte o la rama en la que se hubiese perpetrado el engendro.
Bastaba con que no se entendiera, o que fuese una fatuidad, para que cualquier imbécil con ínfulas de arcano cultural practicara sus mejores posturas de foto fija, sus poses de erudito, diera dos chupadas a la impenitente pipa y nos explicara con intrincados argumentos, la honda naturaleza froidiana, la profunda soledad representada por la ausencia del ente, el no ser conceptual, la soledad del objeto inane enfrentado a la desmesura del espacio, con que el autor retrataba su desafección existencial de indiscutible trasfondo nihilista. Y mientras usted oía la perorata se imaginaba a un tipo guarro en calzoncillos, trasnochado, resacado de porros y cubalibres, que con una mano sostenía la bolsa de hielo sobre la cabeza y con la otra atravesaba en lienzo con un pincel que dejó una raya chorreosa, que era lo que de verdad se veía en la tela.
Perdón por el desliz, que me he dejado llevar. Ese bosquejo es de la época, no de Hermann Hesse, que él sí que se lo curraba y era inocente de que unos cuantos petimetres lo tomasen de gallardete literario para darse pisto. De sus títulos, Demian fue mi favorito en los años de la adolescencia y me ayudó a caminar aquel importante trecho de la vida. Por supuesto, yo como tantos, había llegado a Hermann Hesse a través de Shidarta, y quedé convencido de que era mi autor con El viaje hacia oriente y El juego de los abalorios. Sin embargo, me dejó descolocado El lobo estepario, pese a lo cual compre cuatro tomos con sus obras completas, que siguen en mi biblioteca en buen estado de conservación. Para mi desgracia, Hermann Hesse provocó el más inapelable de mis axiomas como lector: enviar al fondo del infierno el libro sospechoso de ser un plomo, en cuanto se descubre que lo es.
Lo explicaré. Francis y Golmund fue para mí como haberme caído en un tonel de melaza, densa, pegajosa, plúmbea, compacta, opresiva, asfixiante; tanto que todavía hoy me provoca pesadillas. Lo intenté, lo intenté hasta el final; a duras penas conseguí terminar aquella pasta indigesta. Es Hermann Hesse, me dije; me ha dado algunos buenos libros, me dije; merece otra oportunidad, me dije; además, has invertido un dineral en esos cuatro tomos de sus obras completas, me dije. Y terminé sometiéndome a la tortura de Bajo la rueda. Y no pude. Ya no pude.
Abandoné tan escarmentado que desde ese día nunca he podido leer nada de Hermann Hesse. Siento decirlo, pero cuando he querido regresar a él, incluso a aquellos títulos suyos de mi colección de favoritos, no he conseguido reencontrarme con ellos y he tenido que desistir. Pero en eso sí creo tener una poderosa razón, que deja a Hermann Hesse a salvo de mí desvarío, y a mí a salvo de la desproporción. La cosa es que no insisto en releer esos libros porque temo perder la hermosa impronta que me dejaron en el alma.
Mari Carmen Mar, reseña de Almas en el páramo
Comentarios (2)
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migueldeleon
En cuanto decidí salir del armario como lector, hace ya mucho y gracias sobre todo a Hermann Hesse, y me declaré libre para leer sólo para divertirme, he descubierto que no estoy solo. Bienvenida a la muchedumbre, querida Blanca.
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Blanca Toral
Miguel, inicie tu texto con seriedad, por como lo relaste, aprendí con poco, mucho de esa época, después no supe si llorar por acompañar tu agonía con la lectura, aclaro que al acompañarte era como sentirme acogida por ti, sentí que no fui la única que dejó de lado a Hesse y que me negaba a leerlo desde lobo estepario y que me auto convencí de lograrlo, Demian, me hizo vivir un mundo esquizoide, y por eso terminé tu texto riendo de lo que te sucedió, porque ahora sé que soy tan normal como tú y que Hesse queda en mi librero y yo liberada ...