El largo camino para llegar a escribir
El largo camino para llegar a escribir
En ese apartado al que he llamado biografía muchos habrán echado en falta un currículo al uso, que en el caso de alguien con mi edad, convicto y confeso de no haber deseado nunca otra cosa que escribir, cabe esperarse un copioso catálogo de estudios, de títulos obtenidos y logros profesionales, una prolija referencia de publicaciones, triunfos y distinciones literarias que se le suponen de antemano a alguien relacionado con el hecho de la escritura. Nada de eso puedo presentar, lo que no me exime de la cortesía de decir algo sobre quién soy y cuál ha sido el camino que me ha traído hasta aquí. Como no me sería posible hacerlo de manera distinta que a la mía, responderé a esas preguntas con cierto sonrojo y sin esconder la verdad.
Digo que con sonrojo, porque una vez más en mi vida siento hallarme donde tal vez no debiera, vuelvo a sentirme un forastero en tierra hostil, un peregrino en viaje a ninguna parte, que es el escarmiento con que hemos de pagar quienes no hemos querido, o no hemos sabido encontrar, un guía que nos descubriera el camino. Y digo que sin esconder la verdad, puesto que cualquier intento de contar algo, sin haberme abierto en canal con antelación, sin haber dejado fluir el manantial de sangre con que parece ser que estoy condenado a escribir, todo cuanto dijera, a ustedes les sonaría a hueco y a mí a esfuerzo estéril y ocasión malograda.
Como confieso en esa biografía muy pronto tuve que desistir de la asistencia a las clases, pero añado que al estudio y la lectura nunca renuncié y no sólo por obstinación en no dejarme derrotar, ni por disciplina, que no siempre tuve, sino por simple apetito y curiosidad, que es la manera más entretenida y fecunda de aprender.
Nunca he sabido con certeza, ni creo que pueda saberlo en el futuro, cuál fue el momento preciso en que comencé a caminar por la senda que me ha traído, porque si es cierto que desde los primeros años, siendo un niño todavía, el deseo de seguirla era demasiado intenso, no existe en ella una indicación que señale el camino, al menos para mí no existió. Por el contrario, creo que la vida ha intentado mil veces arrastrarme por derroteros distintos. Es seguro que el primer paso en esta dirección lo di la mañana de maravillas en que me pregunté qué era lo que intentaba decirme el dibujo de un tebeo y comencé a leer, por primera vez en mi vida no porque me lo mandara un adulto sino por propia iniciativa, y se me reveló de pronto el Universo, infinito, inabarcable y maravilloso. Descubrí la razón poderosa de tantas horas y días entregados a tedio de la incesante repetición de los arcanos del alfabeto, con el prodigio de que fuesen reventando dentro de mí cabeza las ideas que me transmitía el dibujo de la viñeta, sin más esfuerzo que el de prestarle atención al hilván de sílabas y palabras. Desde aquel momento lo único que siempre necesité no fue más que un tebeo, un periódico o un libro con el que poder esconderme con sus misterios y mi soledad, para sentirme por unas horas a salvo de todas las inclemencias.
Cuando con quince años me pregunté por primera vez qué quería hacer de mi vida, no necesité pensarlo ni medio segundo para responderme que ser escritor. Dí un paso al confesarlo y terminé en el fondo del abismo, roto y maltrecho. Si en aquella época y en mi medio eran afortunados los contados de mi edad que tenían quien les enseñara un oficio, aun cuando las más de las veces hubiesen de pagar el privilegio con la penuria de los golpes y las humillaciones, el mío era un deseo descabellado, que en el más amable de los casos sólo provocó una sonrisa de conmiseración.
Después de aquel primer batacazo hice algunos trabajillos de redacción para estudiantes universitarios, incluso algunos artículos que debía refreir de otros sacados de libros y revistas que al final nunca cobré. Y muy en secreto, con idéntico sigilo que si cometiera un delito, escribí algunos cuentos y el comienzo de alguna novela que ardían tan pronto como me daba cuenta de que era basura lo que apenas unos días antes me había parecido estupendo.
¿Cuándo se hace un escritor? ¿Obteniendo un título universitario?, ¿debatiendo en tertulias?, ¿frecuentando el mundillo literario?, ¿colaborando en periódicos?, ¿sólo leyendo?, ¿escribiendo para los amigos? Nunca lo he sabido ni he hallado a quien supiera indicármelo de manera coherente. Ahora, sin embargo, estoy seguro de que existen tantas maneras para llegar a serlo como escritores puedan contarse, pero es también seguro que cada uno de ellos dio el primer paso el día que se le cruzó en el camino una historia que no lo dejaba dormir.
Mari Carmen Mar, reseña de Almas en el páramo
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