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El violinista en el tejado

El violinista en el tejado, una afortunada lección

Agradecí mucho que El violinista en el tejado pusiera las cosas en su sitio, pues vivía yo el temor de que un defecto de nacimiento me hiciera pasar mis días a la greña con los musicales. Y era curioso que sólo me pasara con las películas porque a la zarzuela, que me encantaba, no le veía yo inconveniente. Verán, nada había para mí más sagrado que una buena historia, ni la hay todavía hoy, puesto que no he querido corregirme. Desde chico me tomaba como una afrenta personal que el director de una película se permitiese la desconsideración de interrumpir o variar el rumbo de una trama, mediante la introducción de una canción que, por lo general, nada le aportaba; si además los actores se ponían a bailar, era como que me mentaran a la madre. Pese a que me sacara de quicio yo lo llevaba con sonrojo, cuidándome mucho de que no se me notara si alguna conversación se deslizaba hacía el pedregoso terreno de las películas del género musical y de sus estrellas. De esa callada antipa­tía me liberó El violinista en el tejado, otra película de mis imprescindibles cada año.

Pues fue que el director Norman Jewison, el guionista Joseph Allen Stein y los compositores Jerry Book, el del musical de Broadway, y John Williams, que adaptó la música para el cine, los que consiguieron persuadirme de que lo mío no eran más que prejuicios, y que las escenas musicales no siempre son forzadas ni tienen por qué alterar el ritmo y la esencia de las tramas. Lo dicen nada más empezar la película. 

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Recuerden la primera escena: amanece, la silueta de un violinista sobre un tejado; Tevye, el lechero que interpreta Chaim Topol, comienza el día con su reparto de leche por las casas de Anatevka. Y hace de anfitrión contándonos el sencillo modo de vida de la gente del pueblo, en el que todo está previsto y repartido de antemano, porque como él nos dice, cada uno intenta entornar una sencilla melodía sin romperse la cabeza. Al igual que un violinista en el tejado, tendrán que guardar el equilibrio, y lo consiguen gracias al sortilegio de una palabra de resonancia mágica y de trascendencia inapelable: tradición. 

Ya en las acreditaciones(*) la melodía me dejó descubrir que esta vez sería distinto, que mis temores eran infundados y en las primeras escenas arranca la banda sonora sirviendo de soporte a una letanía de imágenes que muestran la perfecta maquinaria que sostiene vivo al pueblo de Anatevca, los engranajes precisos que hacen palpitar la vida cotidiana de su gente, ejerciendo sus oficios, relacionándose entre ellos, dirimiendo sus disputas, cada uno ocupando un sitio sin salirse jamás del papel que todos esperan de él. La música refuerza aquí las imágenes ayudando al avance de la trama. Véanla de nuevo y escuchen con atención. Es parte tan integral de la historia que sin ella las escenas carecerían de sentido. Y sigue así durante toda la película, una melodía tras otra. Con excepción de dos piezas musicales, estás sí con el grado de calamidad: la danza de Tzeitel, la hija mayor, y Motel, el sastre pobre; y un poco menos la de Chava, tercera hija, con sus hermanas y con Viedka. Porque hasta en esto nos sirve de enseñanza El violinista en el tejado, mostrándonos lo mal que queda cuando no está bien hecho.

Regresemos al acierto para no terminar con mal sabor de boca. De cómo el número musical puede reforzar la trama tenemos muy buen ejemplo en el cántico que subraya la escena de la ceremonia de boda entre Tzeitel y Motel. Si se prefiere otra escena más cómica la de Fruma Sara, la difunta esposa del carnicero, renacida de entre los muertos para escupirles una maldición.

La mujer de Tevye: Norma Rae
Las hijas de Tevye con sus amados:
Tzeitel (Roslaind Harris) – Motel (Leonard Frey)
Hodel (Michele Marsh) – Perchik (Paul Michael Glaser)
Chava (Neva Small) – Viedka (Ray LoveLock)
La película se basó en relatos de Sholem Alejeim, humorista y escritor ruso.
(*) Algún tipo de poco conocimiento traducía del inglés y vio la palabra ‘credits’, seguramente en alguna película, y se dijo, ah, en español es créditos. Y nos destrozó nuestra la palabrita, porque crédito en español no era lo que él pensó sino esto, según la RAE:
Cantidad de dinero, o cosa equivalente, que alguien debe a una persona o entidad, y que el acreedor tiene derecho de exigir y cobrar.
Lo otro es una acreditación. Aunque la RAE hoy admite crédito en el sentido de acreditación, haríamos bien en utilizar más el uso que nunca debimos perder.

Comentario (1)

  • Ana A. García-Ramos

    Magistral reseña Miguel. Me ocurría lo mismo que a ti con los musicales. Tiempo atrás era un género que estaba en boga y que teníamos que soportar con resignación y enfado. Sin embargo, El violinista en el tejado es una película cuya banda sonora no nos incomoda, al contrario, no la podríamos concebir sin sus legendarias aportaciones musicales.

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Los libros, principio y fin.
A los que leí debo lo que soy; en los que he escrito está lo mejor de mí; los que quisiera leer y escribir, darán sentido a lo que me quede de vida.